La opinión generalizada de la crítica es que La Celestina es obra de dos autores: un primer autor desconocido (el «antiguo autor») habría compuesto el primer acto, y el bachiller Fernando de Rojas, los restantes de la Comedia y de la Tragicomedia. Diferentes estudiosos han tratado de identificar, sin éxito hasta el momento, al primer autor. Baltasar Gracián, en Agudeza y arte de ingenio, planteó por vez primera la filiación aragonesa del «antiguo autor» al referirse al mismo como el «encubierto aragonés», lo que fue considerado un despropósito por autoridades como Menéndez Pelayo, entre otros. No obstante, en el año 2000, un estudio de García Valdecasas resucita la cuestión del aragonesismo del primer autor pues concluye que la experiencia vital que el autor deja traslucir en la obra induce a pensar que era aragonés de origen o había residido largo tiempo en los reinos aragoneses.
Así, el benevolente castigo impuesto a Claudina (compañera de andanzas de Celestina y madre de Pármeno) por practicar la brujería (medio día en lo alto de una escalera, en la plaza pública, con una coroza en la cabeza), que no le impide reincidir en cuatro ocasiones, es propio de la Corona Catalano-Aragonesa, donde se ocupaba de las brujas la Inquisición, mientras que en Castilla hubiera sido reo de muerte. Las andanzas de Claudina de cementerio en cementerio suponen la existencia legal y en activo de cementerios de las tres religiones, lo que era posible en la Corona Aragonesa hasta 1492, pero no en Castilla donde no se permitía la existencia de comunidades musulmanas estables desde 1422. La cuchillada en la cara de Celestina podía ser marca infamante trazada por el verdugo pues las marcas corporales eran frecuentes en los reinos aragoneses; sin embargo, en Castilla sólo fueron práctica habitual hasta el reinado de Alfonso X.
El derecho aragonés permite, hasta 1495, las rápidas ejecuciones, sin sentencia previa, cuando el delito era flagrante, tal como sucede con los criados de Calisto. Celestina hace referencia a los rogadores (personas que podían interceder por el reo), institución no castellana; como tampoco es castellano el santo con el que compara la alcahueta a Calisto para alabar sus cualidades: el San Jorge. En Castilla reina una mujer, pero Celestina alude al rey y no a la reina. Finalmente, en la despensa del enamorado galán se almacena vino de Murviedro (Sagunt-Morvedre), cuya importación estaba prohibida en Castilla a partir de Juan II.
En cuanto a la ciudad esbozada en la obra, presenta notables coincidencias con la Zaragoza [o la Valencia] de la época. El autor piensa en una gran urbe, con universidad, numerosos palacios y monasterios, varios jueces o justicias y al menos tres cementerios, de los que el moro y el judío estarían juntos. La concurrencia de caballeros, abades y obispos, todos ellos asiduos de la casa de Celestina en sus buenos tiempos, se explicaría en una ciudad donde se celebraran Cortes. La plaza del mercado, en cuyas proximidades vive Calisto, era la principal de la ciudad y el lugar donde se celebraban las corridas de toros y se ajusticiaba a los reos, tal como se refleja en La Celestina. En esa ciudad imaginada, los personajes rezan en la iglesia de la Magdalena, y Celestina vive junto a la cuesta del río, cerca de las tenerías; en una casa apartada, cuya cocina no se encuentra en la planta baja sino en el primer piso, donde está también el dormitorio de Elicia.
Según García Valdecasas, el desconocido autor pertenecía a la nobleza y era, probablemente, un hombre de Iglesia que habría viajado a Italia, donde habría presenciado las reposiciones del teatro clásico, además de entrar en contacto con la comedia humanística y con la Poética de Aristóteles; por lo que, en entrevista concedida a J.L. Solanilla, sugiere el nombre de Pedro Arbués, en quien concurren todas esas circunstancias. Para este investigador, la contribución del primer autor no se limitaría al primer acto, sino que habría escrito toda la Comedia hasta la muerte de Calisto, mientras que Rojas añadiría el final, tal como se indica en los versos acrósticos y en la «Carta del autor a un su amigo».
El desconocido autor sería el auténtico genio creador de una obra universal que ha sufrido numerosas adulteraciones debidas a los impresores y, sobre todo, a la mano inexperta de Rojas; ya Juan de Valdés había hecho notar la superioridad del primer autor: «Me contenta el ingenio del autor que la comenzó, y no tanto el del que la acabó», opinión que no ha sido compartida por la crítica especializada. El primer autor compondría un drama dividido en tres jornadas para ser representado en un escenario de dos pisos.
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